Al cumplirse 156 años de la desaparición física de Manuelita Sáenz (1797 – 1856) que este escrito se convierta en póstumo homenaje de las mujeres peruanas que hoy se identifican con la Libertadora del Libertador y que están decididas sacarla de la oscuridad, encumbrarla y ubicarla en el mosaico de las heroínas de Nuestra América, sepultadas por intereses mezquinos de épocas pasadas.
Cuando llegó al pueblo de Paita (puerto ubicado al norte de Perú, cercano a Ecuador) se abriría el episodio más dramático en la vida de Manuela Sáenz. Aquella tarde de 1835, el mar encrespado y el cielo azulino, le anunciaban que en aquellas sumisas moradas viviría junto a Jonatás y Nathan, hasta el final de su vida acontecida el 23 de noviembre de 1856.
Manuela Sáenz fue una militante política defensora de la independencia y de los derechos de la mujer, antes de conocer a Bolívar. Al llegar a Lima en 1817 como esposa del Dr. Thorne se involucra prontamente con los revolucionarios limeños, asiste a las “tertulias patrióticas” clandestinas, sirve de correo y conspira contra el gobierno español. Esa era su vida social. Y cuando se declara la independencia del Perú, estuvo presente, participando de lleno en todo el proceso. Debido a sus servicios y elevado valor obtiene la condecoración de Caballeresa de la Orden del Sol, otorgada por el general San Martín. Luego, en Quito, se incorpora a los entrenamientos militares y auxilia al ejercito en la Batalla de Pichincha calmando sus dolencias con agua de amapola y bálsamo del Perú. En su diario cuenta el envío de una recua de cinco mulas con provisiones para el Batallón Paiva: “No espero que me paguen por esto; pero si este es el precio de la libertad, bien poco ha sido”.
En esa condición conoce a Bolívar que se sorprende por su inusual belleza y gran sabiduría. Carlos Álvarez en “Manuela Sáenz sus diarios perdidos y otros papeles” recuerda que en la recepción de gala ofrecida por la victoria de Pichincha: “Bolívar quedó hechizado entregándose desde ya en cuerpo y alma. Le pide que sea su confidente (…) Ella le discute de estrategias militares, Bolívar le cita en perfecto latín a Virgilio, ella le recita a Tácito y Plutarco” En su diario, Manuelita, anota: “No sólo admiraba mi belleza sino también mi inteligencia”.
En el Perú, la situación se volvía insostenible para los patriotas. Lima estaba rodeada por el ejército realista. Bolívar salió a combatir y los españoles que entraron a Lima y Manuelita vestida de hombre, a caballo con pistola en mano, entró en uno de los cuarteles insurrectos cuando una fracción del ejército se sublevó en Lima. Como señala el escritor Luis Britto García, Manuela y Bolívar: “Estaban unidos en esa pasión de cuerpo e intelecto llamada Revolución”.
Manuelita y Bolívar se entrelazaron en una relación de la que muchos comentaban. El ensayista colombiano Germán Arciniegas describe en “Manuelita Sáenz”: “Desde la noche en que Manuelita se robó a Bolívar en Quito hasta la noche en que le salvó la vida en Santa Fe de Bogotá, debió espantar a las damas de buena sociedad (…) cerraban las ventanas las señoras para no verla pasar. En Quito era la que abandonó al marido, en Lima la querida de Bolívar, en Bogotá, la que acaudillaba los soldados como un coronel”. Frente al “escándalo” que provoca su amor por Bolívar, toma la decisión de ignorar las murmuraciones y hace público su amor. En los escritos del Diario de Paita, habla sobre el amor, lo siguiente: “Él, por su parte halló en mí ¡todo! Y yo, lo digo con orgullo, fui su mejor amiga y confidente. Para unificar pensamientos, reunir esfuerzos, establecer estrategias. Dos para el mundo. Unidos para la gloria, aunque la historia no lo reconozca nunca”. Entendía que estaba en juego los ideales antes que la propia reputación personal. Sabía que no solo se había apasionado del hombre que amaba, sino del ideal libertario.
Al quedarse sola sin el manto protector de Bolívar, Manuela fue el blanco de todos los ataques de la oposición, encabezada por don Vicente Azuero, quien dirigió la publicación de pasquines y la elaboración de dos muñecos: Tiranía y Despotismo, que personificaban a Manuela y Bolívar, y que empezaron a ser quemados en las fiestas de Corpus Christi. Manuela, enterada de esa infamia, se dirigió a la plaza de Bogotá, ahogó el fuego e hizo demoler el andamiaje y los muñecos. Acto tan valiente logró el apoyo de las mujeres liberales, quienes se pronunciaron así: “Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos provocativos libelos contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles... La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente”.
En Paita, al pie del mar y del desierto, pobrísima, se sostuvo de la confección de dulces y las traducciones. A veces recibía a sus visitas, sentada en una silla de ruedas en medio de sus fieles amigas negras y de numerosos amigos del puerto. Su gesto en la infausta noche septembrina que salvo a Bolívar y su largo sacrificio, tedioso y gris en Paita - fiel al recuerdo de su gran amor- resalta una inmensa personalidad romántica, más bien de genuina heroína de América del Sur, que de simple amante. Manuela Sáenz por todo ello es una de las más importante mujeres que ha producido Sudamérica.
Lima, 22 de noviembre de 2012
9hras15
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